Lo que se va a contar a continuación no es un hecho real, aunque no significa que sea inverosímil. Pero, a día de hoy, ni esta mujer existe ni esta entrevista ha tenido lugar. ¿Mas, quién dice que no sea verdad? Al fin y al cabo, el mundo consta de las cosas que se cuentan, y, por tanto, de lo que se habla acaba siendo realidad.

Llegué a Betanzos sobre las diez y media de la mañana. El taxi me dejó a las afueras, pues, como me dijo el conductor, si metes el coche en esas calles nunca sabes con seguridad cuándo saldrás. Nunca supe si se refería a que las calles eran tan empinadas y estrechas que meter un coche en ellas era un desastre asegurado o que algo en ese pueblo sacado de una novela de Lucinda Riley te encerraba entre sus edificios.

Me bajé del vehículo e intenté orientarme con el mapa que tenía en el móvil. Debía llegar a la calle Tsudoko, palabra japonesa para el acto de no leer un libro ya comparado, bastante irónico teniendo en cuenta la situación, número 25. La casa de Carlota. Me gustaba mucho ese nombre, siempre me había gustado. Puede que fuese porque me recordaba a una de las hermanas Brontë, pero no soy capaz de afirmarlo a ciencia cierta. A veces, las cosas simplemente te gustan porque sí.

Menos mal que no llevaba mucha carga, porque las calles allí parecían que te podían llevar a las nubes de lo mucho que subían. Me faltaba el aire, no sé si por la humedad de A Coruña a la que no estaba acostumbrada o por los nervios de realizar una entrevista que llevaba preparando varios meses.

Por fin, después de un par de idas y venidas provocadas por equivocaciones que cometí, llegué a una puerta verde esmeralda con un número 25 pegado en el centro. Había llegado. Solté todo el aire que portaba en los pulmones y llamé a la puerta.

Me abrió un hombre, de unos 70 años con una camisa a cuadros rojos y unos pantalones vaqueros que parecían haber vivido más que yo. El señor, con una sonrisa, me invitó a pasar a aquella casa. Nada más entrar, la sensación de estar en un hogar me recorrió la columna. Todo estaba perfectamente colocado y no había ni un solo detalle que se escapase de la armonía que habían conseguido crear. Supongo que habrían ordenado antes de que llegase, porque, queramos o no, es una realidad que las primeras impresiones son las que marcan una relación. Aprecié el detalle. El hombre me guio hasta la cocina, donde me ofreció todo tipo de consumiciones. Desde un café, hasta un chupito de hierbas.

-Me conformo con un vaso de agua. -respondí- Muchas gracias.

-Aquí tienes hija, cualquier cosa que necesites me lo dices sin ningún tipo de compromiso.

Me limité a sonreír, pero de forma sincera. No de esas sonrisas por compromiso que en tantas ocasiones había tenido que poner como periodista. De verdad que estaba agradecida por su forma de tratarme. Pegué un trago al vaso, que estaba creando pequeñas olas en la superficie por el tembleque de mi mano. Era incapaz de controlar mis nervios.

Tras unos 5 minutos, el señor, al que adjudiqué sin preguntar el rol de marido de Carlota, no porque me lo hubiese dicho si no, por las fotos que había encontrado mientras investigaba, señaló con una mano firme, al contrario que la mía, en dirección a la escalera que había al lado de la puerta de entrada. Di por hecho que Carlota estaba arriba, esperándome. No me dio tiempo a pensar antes de que mis pies adquiriesen vida propia y me condujesen al piso de arriba, analizando cada pequeño detalle del trayecto. Parecía que esa casa había sido decorada con pequeñas porciones de novelas que se contaban por sí solas. Cada habitación explicaba una trama distinta, igual que los libros que empapelaban todas las paredes. El salón parecía gritar Mujercitas; la cocina, 1984; el dormitorio, Cinco horas con Mario y el baño Veinte mil leguas de viaje submarino. No intentéis buscar una explicación del por qué parecían novelas traídas a la realidad. Yo abandoné esa tarea hace tiempo. Y no di con ninguna respuesta, pero os juro que era así.

Fui mirando dentro de todas las habitaciones, hasta encontrar a Carlota sentada en un sillón de terciopelo verde enfrentada a una ventana, y con un pequeño sillón amarillo a su vera. “Graciosa combinación de colores”, pensé. Di tres golpes en la puerta que estaba ya abierta y esperé que la mujer sentada se girase para que me diera permiso a pasar. No quería empezar nuestra relación con una falta de respeto, sería todo un error. La mujer se giró y con unos ojos que habían parecido vivir más de tres mil vidas, me invitó a sentarme a su lado.

-Es todo un placer Carlota, soy Alma, periodista de El País. ¿Está lista para la entrevista? – dije, intentando que mi voz no temblase tanto como lo estaba haciendo mi cuerpo.

-Sí, por supuesto, aunque no sé muy bien qué tiene de noticia mi vida, la verdad.

-Bueno, es la persona que más libros ha leído en todo el globo, así que su cabeza, ahora mismo, tiene un valor incalculable en lo que a conocimientos se refiere.

Se rio, pero no supe por qué.

-¿Qué tal se encuentra?

-La verdad es que estoy bien. Contenta de que esté aquí solo para hablar conmigo. Espero que no haya tenido problema para encontrar la casa o el pueblo. Está bastante alejado de todo.

-Sí, he llegado sin problema, no se preocupe. La verdad es que me ha sorprendido su elección del lugar donde vivir. ¿Hay algo especial en Betanzos para usted?

-La verdad es que lo único especial en este pueblo es la falta de gente. Y es lo que más me gusta. No hay nadie por las calles, no sé si se habrá fijado. Es una especie de pueblo fantasma en mitad de un país superpoblado. Y la verdad que, tras vivir en Santiago durante tanto tiempo, estaba algo cansada de estar todo el día rodeada de sujetos que no conocía. Ya ves, tengo 65 años, y he tenido suficiente compañía de extraños

Me miró con esos ojos que hablaban sin palabras, y lo entendí a la perfección. Esa mujer la única compañía que quería era la que se encontraba entre la portada y contraportada de un libro. No necesitaba más. Había saciado su hambre de socializar con los personajes que había encontrado en las páginas de los libros que devoraba.

-¿Cuál fue el primer libro que leyó?

-Fue el de Ana la de Tejas Verdes, escrito por Lucy Maud Montgomery. Me encantó ese libro e hizo que me enamorase de la lectura. Me enseñó que no era malo ser una niña ingeniosa, alegre, imaginativa y divertida. Y yo de pequeña era un poco de esa manera. No era capaz de ir a clase y sentarme durante horas escuchando a un profesor. Yo no aprendía así. Y esa historia me abrió los ojos a nuevas formas de ser, y me hizo entender que no por ser diferente, tenía que ser mala. Le tengo mucho cariño a ese libro y a ese personaje.

-¿Y el último que ha leído?

-Me acabé ayer mismo el nuevo libro de Isabel Allende, Violeta. Me ha gustado bastante, aunque no es ni de lejos de mis libros favoritos. Aun así, te da una historia bien relatada, con toques graciosos, giros en la trama y algo de cultura general… Perdón, parece que estoy haciendo una simple reseña. En realidad, yo lo que busco en un libro es que me acompañe incluso al terminar de leerlo. Con esto me refiero a que, para que una novela me atrape entre sus páginas, necesito sentir que los personajes están en la habitación conmigo. Y no en el sentido literal de la palabra, no quiero repetir lo que ocurre en Continuidad de los parques de Cortázar. Me moriría del susto. Pero sí que busco que los personajes de la historia parezcan personas que podría encontrarme en el supermercado cuando bajo a comprar, o en el río, cuando bajo con un buen libro. Supongo que lo que busco es que me sea difícil distinguir realidad de ficción, aunque en cierta medida, claro está. Porque a veces he perdido la noción de lo real de tanto leer, y asusta. Hazme caso, sé de lo que hablo.

Esa respuesta me dejó muda unos minutos. Pensé en todo lo que esa mujer había leído y dentro de mi asombro, me dio lástima entender el estilo de vida que llevaba. Su realidad se basaba en palabras bien redactadas, no en momentos. Carlota había vivido toda su vida a base de libros, y aunque sean necesarios, por lo menos para algunos, no se puede vivir solo de ellos. Necesitas personas reales, momentos reales, y, sobre todo, sentimientos propios. En definitiva, es uno mismo el que tiene que vivir la vida. Pero Carlota parecía haberlo olvidado. ¿Qué habría llevado a esta mujer a escapar de la realidad de forma tan radical? No sabía si preguntarlo, porque a lo mejor traspasaba esa línea invisible que existe en una entrevista. Ya sabéis, la que separa la curiosidad de la falta de educación.

Mientras me hacía todas esas preguntas en mi cabeza, me di cuenta de que la habitación había quedado en silencio. Y fue en ese momento cuando me di cuenta. Aunque en la habitación no hubiese ni un ruido generado por nosotras, se oía un murmullo. Os juro que lo oí, no me estaba volviendo loca. Eran los libros de las estanterías que parecían hablar entre ellos. Se podía oír como el libro de Orgullo y Prejuicio estaba despotricando sobre cómo era percibido el amor en el siglo XIX, o como el libro de El Gran Gatsby estaba pidiendo ayuda como si alguien le hubiese disparado por un amor no correspondido. También oí como Crónica de una muerte anunciada intentaba dar a conocer un secreto a gritos, para evitar una muerte que se dio en una situación muy sospechosa. Por último, entre todo el murmullo de voces, escuche como Holden Caulfield se quejaba sin parar de todo lo existente y por existir sin razón aparente desde la solapa de El guardián entre el centeno.

Callada, intentando entender por qué estaba oyendo ese coro poco armonizado de personajes inexistentes miré a Carlota, que estaba tan estoica como al principio de la entrevista. Pude intuir una sonrisa en su rostro, como si supiese lo que me estaba sucediendo.

-Yo también los escucho a veces, pero hace tanto tiempo que me pasa que he aprendido a ignorarlo.

Con el cuerpo bastante destemplado por lo que acababa de acontecer, intenté seguir la entrevista e ignorar esas voces que no parecía que se fuesen a callar.

-Has comentado que el libro de Isabel Allende no es de sus favoritos. ¿Cuál dirías que es su libro favorito?

-Se trata de una de las preguntas que más veces me han hecho, porque parece que como he leído tanto, mi libro favorito debe ser el mejor redactado o el que la mejor historia lleva dentro. Pero creo que depende mucho de los gustos de cada persona. Mas, respondiendo a la pregunta que acaba de hacerme, mi libro favorito es El Extranjero de Albert Camus. Lo leí cuando tenía 22 años, y no es mi favorito por alguna conexión especial a un momento que me haya marcado en la vida. Ni siquiera porque ese libro me cambiase como persona. Lo cierto es que me dejó indiferente. Pero creo que es lo que el autor buscaba con esa historia de un hombre que mata casi por apatía. En realidad, es el único libro que consiguió sorprenderme en su primera página. Y he leído grandes principios de novelas como por ejemplo el de El libro de los Baltimore de Dicker o Pedro Páramo de Juan Rulfo. Son principios que me parecen apoteósicos. Pero con El extranjero fue distinto. Leí las primeras frases: “Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame”. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer”. Paré, y las volví a leer. Luego miré el número de la página. Ponía uno. Habría jurado que faltaban hojas en ese libro. Y esas frases que me llevaron a esa equivocación me hicieron tanta gracia que se convirtió en mi libro favorito.

No pude evitar que esa respuesta me hiciese gracia. Al fin y al cabo, una mujer que ha leído tanto debía encontrar alguna estupidez similar para elegir entre millones de libros.

-Por último, quería preguntar: ¿aparte de leer, a qué se ha dedicado en su vida? No va con ninguna mala intención, pero, tengo curiosidad, y creo que los lectores también la tendrán, sobre a qué se ha dedicado cuando no estaba leyendo.

-Nunca he llegado a tener un empleo fijo. Me dediqué durante unos años a leer todos los libros que me mandaban de una editorial muy pequeñita para que corrigiese las erratas o los errores de redacción. Aunque siempre afirmo que he vivido mucho en mis propias carnes. ¿Y sabes lo gracioso? Que lo he vivido desde este mismo sillón en el que estoy sentada.

-¿Y qué cosas ha vivido, si se puede saber?

-Demasiadas como para contártelas en frío. Siempre digo que hay historias de novela que superan la ficción, y, por tanto, es posible vivir de hojas impregnadas en tinta. Pero sí que guardo algunas vivencias con más cariño que otras. Por ejemplo, me acuerdo del dolor que sentí, casi más que la propia Lily cuando Charles Tansley afirmó que las mujeres eran incapaces de pintar o escribir en Al Faro. Eso me moldeó como feminista. También viví la desilusión de encontrar más rosas que no eran la mía propia y noté la angustia de envejecer y empezar a ver como sombreros lo que eran boas con elefantes en el estómago con El Principito. Experimenté las dificultades de vivir en sociedad junto a Piggy, Jack y los demás. Aprendí que compartir la vida con otras personas no tiene nada de simple con El Señor de las Moscas. Viví el racismo en primera persona, aun siendo blanca en la realidad, junto a Atticus y Tom Robisson aguantando todo tipo de comentarios de mis vecinos y vi como daban palizas a Tom, el cual consideraba un hijo, en Matar a un Ruiseñor. Me di cuenta de que por muy superior que se crea el ser humano al resto de especies, siempre hay alguien por encima de nosotros con La guerra de los Mundos. Fue un gran golpe que acabó con mi vanidad. Experimenté que una historia de amor perverso y casi corrupto podía parecer sano y lírico mediante palabras bien escogidas gracias a Lolita. Aunque esto es una mínima porción de todo lo que he llegado a vivir. Como ves, no tengo tiempo para aburrirme

La respuesta me dejó sin nada que decir. Ya lo había dicho todo. Esa mujer era capaz de hablar de la cosa más cotidiana del mundo y hacerte sentir que los estabas escuchando por primera vez. La forma en la que escogía las palabras llegaba a dar miedo. Sabía que Carlota era capaz de convencerte de que el mundo era plano simplemente con conjuntos de letras bien escogidas.

Cuando acabó la entrevista no pude evitar sentirme algo derrotada. No volvería a hablar con una mujer tan interesante como ella. Era imposible. Me fui de la casa en la que había entrado tres horas antes, no sin antes analizar todos los pequeños detalles de nuevo. Dentro de esas cuatro paredes, separar la ficción de lo real parecía tarea complicada.

Subida ya en el coche, de vuelta a Madrid, apunté todas las ideas para escribir esta crónica. Me agobiaba que se me olvidase el mínimo detalle. Y cuando terminé de plasmar todo lo que esa mujer era, aunque fuese imposible en su totalidad, cerré los ojos y recordé una frase que me había dicho Carlota: “hay historias de novela que superan la ficción” y pedí, por favor, nunca perder la noción de lo real y lo imaginario.